A los muchos les da lo mismo, es como que ya están entregados… pero los pocos solemos intentar maneras de que la rutina no nos haga caer. Es un ejercicio diario para lo mismo de siempre –una cosa de situacionismo obrero-, como por ejemplo, la ida al trabajo.
En mi caso es muy loco porque tengo un sólo camino, a pie obligadamente, a la misma hora toditas las semanas de lunes a viernes.
El primer intento fue proponerme desviar y explorar nuevos trayectos pero resultó imposible amanecer más temprano y tomarme un tiempo extra de recorrido.
La de dejarte llevar por la música es muy buena alternativa, cargás el MP3 y te volás, cantás un poco, hacés el breakdance… ¡cuidado al cruzar la calle! También está bueno sintonizar la radio, Pettinato pone a las siete y diez de la mañana un tema de Los Beatles, valió la pena hasta que se zarpó con la Balada de John y Yoko y hay voces que a esa hora y sin desayunar, me descomponen, es como que alguien pase al lado tuyo fumando… no entendés cómo si ni siquiera salió el sol.
Otra posibilidad es imaginarte que estás en otro lugar, otra ciudad, qué se yo, Paris, Barcelona, Curitiba, Sidney, Rosario… Un día me imaginé que la Rivadavia era la Fifth y que mis alpargatas Copetona eran un par de manolos de víbora y mi andar era de alta costura... hasta que me tropecé y caí, desacostumbrada por los tacos. Al final, las veredas de Nueva York son una cagada como las de Paraná.