jueves, 19 de julio de 2012


Una vez, alguien me dijo: ¿viste que podemos quedarnos un largo rato en silencio sin estar incómodas? Es porque somos amigas, le dije queriéndola conformar con una respuesta y luego me di cuenta de cuánto habla el silencio...
Que tengan feliz día y que las redes sociales no eviten los encuentros de vino, delirios, abrazos y silencios compartidos.

lunes, 16 de julio de 2012

Ser Bowie



¿Quién no ha querido estar alguna vez en la cabeza de una estrella de rock? ¿Quién no ha querido por un instante sentir a través esa piel que ha experimentado lo que ha deseado, ver mediante esos ojos encandilados por los flashes, recapitular en esa memoria que ha sobrevivido a los excesos, dar vuelta una guitarra o un piano con esas manos que desaparecen en la escena o hablar con esa voz que puede susurrar o hacer sucumbir multitudes?
Como en el film de Spike Jonze “¿Quieres ser John Malkovich?” yo quisiera habitar unos segundos en el pellejo de David Bowie, esa estrella de rock con excentricidades de bestia pop, que muy pocos reconocen su trascendencia y que en un sólo disco nos invita a recorrer varios mundos posibles.
Bowie es el símbolo de una época, es la vanguardia de los 70’s, es la ciencia ficción desde el rock, es la estampa arriesgada de la moda, la figura andrógina que puso en crisis estereotipos del establishment pero, sobre todo, es la representación de la libertad en la crítica. Como yo, muchos hoy en día, anhelan ser por unos segundos un sujeto libre –talentoso y británico o no-, ya que habitamos y somos parte de una sociedad que juega una carrera para generar ataduras y domesticarnos en el bajo presión y no es fácil estar por fuera, desafiarla, hacerle crisis y romper con ella.
No existen las condiciones de posibilidad de estar en esa piel, de ser un incomprendido en el espacio o ponerle precio al universo; ni de guerrear como Furyo o de reinar a los duendes… Sin embargo, Bowie es eso que los idealistas adoramos y que nos dispara el fugaz tintineo de una estrella en la era del ocaso de los íconos, cuando subimos el volumen de Perros de diamante.  

domingo, 1 de julio de 2012

El reloj biológico


Todo comenzó hace algo más de un año. En mi anual cita al ginecólogo, abril de dos mil once, a un mes de cumplir veintinueve. El doctor toma mi historia clínica, sonríe y hace un chiste: -“sos un relojito, estás acá cada abril, ¡pero muy bien!…”. Yo le contesto que es verdad, que voy a esa altura del año para sacarme el trámite de encima, controlarme y listo. Con su ambo azul y su bigote, prosigue el diálogo mientras demora la incómoda examinación: -“… hablando de puntualidad, ¿ya hablamos del reloj biológico?”
En décimas de segundo mi cabeza fue víctima de un tornado, como si el demonio de Tasmania asaltara mis pensamientos ¿me está diciendo que estoy vieja? ¿tengo que tener un hijo? ¿Qué le importa a este tipo lo que hago con mi vida? ¿no se da cuenta que él es el que está más cerca del arpa que de la guitarra? Ante mi cara de desconcierto y –probablemente de desagrado- el médico me dijo que no me alarmara, que me preguntaba ya que algunas mujeres planifican su vida, es decir van a la universidad y proyectan su carrera y que si deseo ser madre debo tenerlo en cuenta en esos planes. Sin rodeos, le pregunté: -“¿Hasta cuándo tengo tiempo?, lo apuré a que me lo diga de una vez. Me respondió: -“No hay apuro, si querés más de uno, a los 35 deberías estar teniendo el primero”. Desde ese momento siento el tic-tac de la vida y aunque desearía ser indiferente, compilo en mi memoria cada situación que me hace pensar en que cada minuto que pasa es uno que le resto a la vida de mi descendencia y es cuando tengo ganas de gritarle al cretino: -“¿vió doctor? Al final resultó que no soy ningún relojito”.

(continuará)