domingo, 1 de julio de 2012

El reloj biológico


Todo comenzó hace algo más de un año. En mi anual cita al ginecólogo, abril de dos mil once, a un mes de cumplir veintinueve. El doctor toma mi historia clínica, sonríe y hace un chiste: -“sos un relojito, estás acá cada abril, ¡pero muy bien!…”. Yo le contesto que es verdad, que voy a esa altura del año para sacarme el trámite de encima, controlarme y listo. Con su ambo azul y su bigote, prosigue el diálogo mientras demora la incómoda examinación: -“… hablando de puntualidad, ¿ya hablamos del reloj biológico?”
En décimas de segundo mi cabeza fue víctima de un tornado, como si el demonio de Tasmania asaltara mis pensamientos ¿me está diciendo que estoy vieja? ¿tengo que tener un hijo? ¿Qué le importa a este tipo lo que hago con mi vida? ¿no se da cuenta que él es el que está más cerca del arpa que de la guitarra? Ante mi cara de desconcierto y –probablemente de desagrado- el médico me dijo que no me alarmara, que me preguntaba ya que algunas mujeres planifican su vida, es decir van a la universidad y proyectan su carrera y que si deseo ser madre debo tenerlo en cuenta en esos planes. Sin rodeos, le pregunté: -“¿Hasta cuándo tengo tiempo?, lo apuré a que me lo diga de una vez. Me respondió: -“No hay apuro, si querés más de uno, a los 35 deberías estar teniendo el primero”. Desde ese momento siento el tic-tac de la vida y aunque desearía ser indiferente, compilo en mi memoria cada situación que me hace pensar en que cada minuto que pasa es uno que le resto a la vida de mi descendencia y es cuando tengo ganas de gritarle al cretino: -“¿vió doctor? Al final resultó que no soy ningún relojito”.

(continuará)   

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